domingo, 5 de septiembre de 2010

Lo imprevisible de un día cualquiera.

 Sólo un tubo fluorescente zumbaba su incandescencia en el lugar.
 John miró con molestia el reloj de la pared de la oficina, inquieto por sus incesantes tic-tac, que como pequeñas punzadas, le perforaban el oído en el silencio, y sospechó que cada vez aumentaba su volumen, como una canilla que gotea agravando el imsomnio de la noches cálidas.

 Suspiró pasándose una mano por la frente y dejando apoyada alli la cabeza con desgano, y trató de volver la vista a los formularios; pero la pila de papeles a su derecha parecían respirarle encima, recordándole que aún quedaba trabajo por hacer y no saldría de allí en, por lo menos, otra hora.

 Si por lo menos Mery no hubiera roto su teléfono anoche, ella seguro ya le hubiera mandado un mensaje para saber como estaba, que lo esperaría para cenar juntos, o contarle aunque sea si Poly, hija de ambos de 6 años de edad, se había divertido en casa de sus abuelos esta tarde.

 Fatigado por fin terminó. Apagó la última luz y cerró con llave al salir.

 Comenzó a transitar  la vereda, tratando de apresurar el paso para cruzar las tres calles que tenía para llegar a la cochera y en su apuro no le importó siquiera la conmoción de personas que se acercaban presurosas frente al televisor que había en el resturant de la esquina.

 Salió con el auto, tomó la avenida y prendió el radio. Todas las emisoras trasmitían lo mismo, pero el CD de Barry White ya estaba puesto, así que jamás tuvo tiempo de oír la noticia, y solo trató de relajarse con la música.

 Dobló por el boulevard y le faltaban dos maniobras sobre la avenida que cortaba su camino a tres cuadras para llegar a su edificio, pero su cara cobró de inmediato tintes de extrañeza. La calles eran un caos como salido de una película. Los conductores a la par de sus autos detenidos mostraban una inquietud preocupante. Abrió la puerta y el sonido de distintas sirenas de bomberos y ambulancias a lo lejos llenó de inmediato el auto.

 Caminó como sin entender nada media cuadra logrando ver la silueta de una autobomba que pasó como un rayo allá en la calle principal. A un metro suyo, en un drugstore sobre la vereda, personas hacían lugar para mirar el pequeño televisor del que atendía.
 Antes de aproximarse a ellos, poco comprendía lo que alcanzaba a oír del periodista: "muertos", "atentado", "derrumbe", "increíble", "dotación de bomberos."
 Cuando miró en el aparato en letras grandes "DEVASTACIÓN EN LAS TORRES GEMELAS" su alma lo abandonó.
 Ahí estaba él, es verdad, parado, mirando la repetición del derrumbe de la que era su casa, pero su mente se había congelado como para poder traducirle lo ocurrido.

 En éxtasis, trotó las tres cuadras hacia la avenida, viendo como más y más gente iba hacia esa dirección, sin escuchar los comentarios de exaltación desmesurada. Llegó a la avenida, y apenas giró la cabeza, la ausencia de los dos edificios lo devolvió del trance como con un fuerte martillazo en la cabeza.

 "Oh, mi Dios!, oh mi Dios!" era lo único que atinaba a decir apretando los dientes, una y otra vez mientras se aproximaba a una cuadra del lugar donde ya la multitud hacía imposible el avance. Sus lágrimas empezaron a caer solas, y se le dificultaba encontrar el oxígeno en el aire, acelerando desesperadamente su respiración, mientras se empujaba sin fuerzas con la gente.

 A 10 metros del vallado de los bomberos, la imagen de su niña lo atravesó fugaz por la mente, haciéndolo caer, llorando como un niño, tomándose del tronco de un árbol de la plaza.

 Quedó allí, arrodillado, como muerto en vida, mirando el suelo, mientras la gente lo empujaba sin verlo ahí abajo.
 Vió entonces una luz que le brillaba en el bolsillo. En el caos jamás sintió vibrar su teléfono. Sin levantarse lo sacó y leyó en letras borrosas "MAMÁ LLAMANDO."
  _¡Jonh! ¿Estás ahi? ¡Jonh! ¡Jonhy! ¿Me escuchas?
 Se incorporó para alejarse de la gente, para poder oír mejor.
  _Si mamá_ dijo aclarándose la garganta.
 _Jonhy querido soy Mery, ¿donde estabas? Estaba preocupada por tí. Te intenté llamar mil veces. Estamos con Poly en lo de tu madre. Gracias a Dios que se nos averió el auto y nos tuvimos que quedar a pasar la noche aquí. ¿Te enteraste lo del desastre verdad? ¿Amor? ¿Sigues allí?
 Era la voz de su mujer la que llegaba como un soplo de vida por el teléfono.
_Si, si mi vida_ dijo mientras entre lágrimas se dibujaba una sonrisa y se tocaba el pecho con una mano. _No te oigo bien, ya voy para allá_
 _Querido, hemos perdido todo_ dijo Mery mientras la voz comenzaba a entrecortarse por el llanto.
 _No te preocupes amor, ya voy para allá. Te amo Rosmery. Y a ti y a Poly las amo muchísimo. Ya voy para allá._ dijo y colgó.
 Los sonidos de alarmas y la gente volvieron a hacerse reales mientras miraba al cielo.
 Mery tenía razón. Ese día quizá habían perdido todo, pero el nunca jamás se había sentido más feliz en toda su vida.

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