sábado, 23 de octubre de 2010

Cuando el arte mueve otras fibras. (Basado en un caso real.)

 Juan Miguel Domínguez es un cantor del barrio de Pompeya. Si bien nunca se bañó en la gloria del oficio, siquiera del reconocimiento de su obra, aún así él siempre cantó con el alma. Cautivado toda su vida por las maravillas del 2 x 4, con Gardel conoció la pasión por la música.

 Sus mejores años pasaron al ritmo acompasado de la voz del Zorzal. A María Mercedes, eterna compañera que luego le regalaría los cuatro soles de su vida, sus cuatro Varones de Bien; la conoció también en la milonga.

  Sus hijos, como es fácil adivinar, heredaron la afición por el son arrabalero. Crecieron y fueron criados con el tango siempre como música de fondo. Para ellos, esos acordes representaban la figura querida y respetada del tata. Nada más y nada menos.

 Hoy el tiempo ha hecho implacable erosión en Juan Miguel. Ochenta y tres abriles lo vieron ser muchacho enamorado, esposo, padre, y más tarde abuelo.

 Toma mate en el patio que nunca le faltó de manos de su mujer. Mira el cielo, el verdor de las hierbas que crecen. Siempre a su derecha en el piso, el mismo radio 4 bandas a pilas que lo hizo feliz toda su vida. Allí continúa desplegando su talento el glorioso Charlo, la magistral Libertad Lamarque, quizá un "solo" de don Antonio Agri o un contrapunto del maestro Chazarreta.

 Juan Miguel sigue el ritmo con el pie izquierdo, sin perder nunca el compás. Si pudiera sonreiría con una boca amplia y viva, pero se limita a demostrar su emoción solo tirando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos en un profundo suspiro.

 Pero cuando aparecen los primeros acordes que anteceden cualquier tema de Carlitos, es ahí cuando vuelve a formarse el dúo. Aunque con monotonía y ya sin poder lograr entonación clara, don Juanmi se sienta derecho y sigue cada canción de su ídolo. Poseído por las sutilezas del arte, sin responder a nada más, el abuelo canta sin olvidar ni una palabra de la letra de ningún tema.

 Los doctores no han podido explicar exactamente como es que ocurre aquello. Cómo es que esa pequeña zona de su cerebro donde se alojan éstas canciones pareciera seguir intacta. Pero como quiera que sea, es un milagro que no deja de suceder ni una sola tarde.

 El alzheimer lo obligó a renunciar a todas sus actividades en el hogar: de marido, de padre, de abuelo; sin poder responder ya a casi ningún estímulo. A alejarse poco a poco del mundo real y olvidar hasta su propio nombre, el cual hoy desconoce.

 Su cerebro lo ha olvidado todo, es verdad. Pero si Juan Miguel Domínguez no ha dejado de ser un cantor del barrio de Pompeya, es quizá porque ese canto le brota del corazón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

HAY RAZONES DEL CORAZÓN QUE LA RAZÓN NO ENTIENDE, ASÍ DICEN Y SEGURO ES VERDAD, CUANDO ME TOCÓ PASAR POR ALGO TAN HORRIBLE COMO ES VER MORIR A UNA PERSONA QUERIDA COMPROBÉ QUE ERA EL ÓRGANO MÁS IMPORTANTE, AUNQUE NO TENGAMOS CONTROL SOBRE ÉL Y TAMPOCO LO VEAMOS, EL CORAZÓN DECIDE SI VIVIMOS O MORIMOS......

Sil dijo...

Me acorde de mi bisabuela, nos juntabamos toda la flia (materna) y ella cantaba le gustaban los tangos, yo la miraba la escuchaba y sonreia, en ese momento todos se callaban atentos y cuando terminaba uuff aplausos a monton.
Ahora ya no nos juntamos je Rosita nos mantenia unidos, se extraña esos dias.