miércoles, 13 de octubre de 2010

Cuando te vayas.

 No necesito que me digas donde dejaste las facturas que tengo yo ahora que pagar, y ni siquiera que me expliques en que banco tengo que hacerlo.

 No me preocupa no saber si tenías el seguro al día o si quedó algo en el banco.

 No quiero pensar que voy a hacer con el auto que dejaste en la vereda y que nadie sabe manejar.

 Otro día voy a averiguar como se hace para tramitar la pensión y ya organizaré de a poco con las chicas un nuevo esquema que subsista el nuestro presupuesto que hasta ahora desconozco.

 Sobre que hago si hay un ruido afuera y todas tenemos miedo para ir a ver; o que hacemos si se traba una puerta y hay que sacar la cerradura para engrasarla; sinceramente no me tiene preocupada ahora eso.

 Quizá es que hay mucho ruido todavía en casa para ponerse a pensar. Es decir, todos nuestros parientes y amigos siguen acá, intentando consolarme. Me abrazan, me dicen al oído que cuente con ellos para lo que necesite.
 Vos sabés que soy muy orgullosa, y por más que ahora les agradezca, se que va a ser muy dificil que les pida algo. Vos nos enseñaste que la familia verdadera éramos los cuatro. Que curioso pensar en eso ahora ¿no?

 La verdad es que tengo sólo un miedo. Uno sólo.

 Miedo de que mi espíritu vaya a derrumbarse cuando esta noche todo este ruido amable se apague y al irse todos, cierre la puerta de nuestra habitación y me enfrente a esa cama que anoche fué de los dos y hoy ya no.
 Pienso en la frialdad de ese lecho. En lo que representó toda esta vida que viví a tu lado y hoy... Hoy sea el vaticinio de un tiempo que terminó.
 Pienso en lo paradójicamente imposible que va a ser descansar ahí.
 Tengo miedo en ese momento en que la soledad se sienta por primera vez, y más profunda que nunca. Y porque creo que allí caeré en la cuenta realmente que te fuiste. Que ya no vas a estar nunca más.

 Cómo se hace para callar el silencio de la noche que lo único que va a hacer es acentuar la ausencia de tu respiración y tu latir.

 Qué hago con tu perfume aún flotando en esas cuatro paredes. Cómo se ignora el hueco de tu costado del colchón.

 Dónde encuentro tus palabras en la oscuridad sobre las ocurrencias de las chicas, o contándome si te hicieron renegar mucho los piqueteros en el centro. Donde va a estar tu compañía en ese momento que durante 30 años, en las buenas y en las malas, fuera sólo nuestro.

 Cómo domino mi inercia de buscarte con el brazo a la madrugada y sólo sienta tu mitad de almohada y me sienta más sola y más abandonada que nunca.
 Porque no te engañes si me ves con fuerza y compostura ahora. Lo hago por nuestras hijas. Para que aunque sea, crean por un momento de que todo va a estar bien, y que vamos a salir adelante. Porque en realidad yo no sé que voy a hacer.
 Porque las gotas de lágrimas más espesas son las que se derraman en soledad. Y cuando esta noche les dé un beso a las chicas y vaya para el cuarto, esa sonrisa que cargo con tanto peso caerá y dolerá en verdad.

 Voy a querer gritar y no podré. Voy a necesitar que alguien me cuide y me calme. Y voy a querer que seas vos. Pero no. Me toca llorar en silencio porque soy yo la que las tengo que ayudar y cuidar.

 Y voy a querer insultarte y gritarte a la cara lo injusto que es que me dejes sola con la familia que hicimos los dos y tus malditas promesas de cuidarnos siempre. Y voy a tener que callar. Porque ahora me toca tener tu fuerza y tu calma. O por lo menos aparentarla. Porque sólo con eso me dejaste. Con tu muerte y mis mentiras a ésas criaturas de que voy a poder reemplazarte. Y mis mentiras a mi misma de que voy a poder vivir sin vos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ME VEO BASTANTA IDENTIFICADA EN ESTE RELATO, ES UNA SITUACIÓN MUY FEA PASAR POR ESAS CIRCUNSTANCIAS, DICEN QUE EL TIEMPO CURA LAS HERIDAS PERO ALGUNAS NUNCA TERMINAN DE CERRAR COMPLETAMENTE....