Por mi que garúe, no temo.
Nada tengo que perder.
Nada tengo que perder.
Porque la lluvia, a mi ver
es símbolo de frescura,
es del remanso, su altura:
creciente al atardecer.
Canta alegre la tormenta
regando vida en el monte.
Y aquél paisano que se apronte
cuando viene la tempestad
es porque tiene, en verdad,
algo material que le importe.
Yo soy ajeno de todo
y con el campo soy uno
a sus cantares me sumo
de la lluvia, con mi guitarra
y no hay bienes que me amarran,
que me aten; no hay ninguno.
La criollada se impacienta
cuando llega el ventarrón,
sosegado mi corazón.
Nerviosas están las viejas
tranquilo con mi pobreza
pa' mi es solo un chaparrón.
Mi flete también, tranquilo,
igual que yo, si se moja,
calmado, no se acongoja;
disfruta la lluviecita.
Un chala, pitar, amerita,
el humito se me antoja.
Y si viene una inundación,
tranquilo la espera mi suerte
que quién nada tiene; nada pierde.
Y cuando llegue mi momento
también calmado y contento
me encontrará, pitando, la muerte.
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