viernes, 24 de junio de 2011

Lo que deja el frío del norte.

 Para Juancito Lamas no había en la mañana una diversión más grata que corretear alrededor de la falda de su madre que vendía tortillas a la ladera del camino, confundido el aroma de su perfume con los vientos de su quieto Humahuaca. La tibia tierra calentada al sol que apaciguaba de cierto modo las heladas brisas que surcaban por la sombra de las veredas, eran el terruño que estrenaba su corazoncito norteño y feliz.

 Las mañanas eran luminosas aunque gélidas: Humahuaca es eternamente bella, eso es cierto. Pero en invierno se vuelve inmisericorde, especialmente por allá a las 7 de la tarde, cuando el sol se esconde y cae sobre el atardecer una espesura de hielo en la atmósfera, de viento helado y falto de oxígeno; una corriente de aire que encuentra los recovecos más pequeños de las casas y se entromete tiritando hasta la piel más curtida de los pobladores. Estas heladas hacen pagar el precio a los más pobres haciéndoles notar cada agujero de sus ponchos, cada filtración en las chapas, cada pared mal terminada.

 Era el primer invierno juntos. Es decir, su primer invierno solos. Cansada de los malos tratos, Mónica decidió abandonar al padrastro de su pequeño hijo y comprendería entonces que la pobreza no sólo es hambre si no también hielo.

 El día había vaticinado un frío especialmente punzante para esa noche. Ya días anteriores Juancito había despertado con los pies morados por ese inminente frescor. Llegaron entonces y efectivamente el lugar (una pensioncita cerca del río) estaba tan helado que inutilizaba los músculos paralizándolos. Por la tarde hubo de echar más brasa a la parrilla, no tanto por las tortillas que vendiera si no para soportar la inminencia. Acostó arropando como pudo al pequeño Juan y salió a buscar el medio tacho, clásico "tortillero" y vió que solo le quedaba media bolsa de carbón más la brasa sobrante.

 En ese momento ver la falta de la materia prima para trabajar, ese vacío en sus bolsillos,  y ese silencio que le demostraba que a nadie le importaba su desgracia, la volvió tan miserable, tan desdichada y sola que lloró en silencio, como lloran los pobres. La imagen en su cabeza de los deditos de Juan congelados la sacudió por un momento. Y como no iba a hacerlo si ese pequeño era lo que más amaba en la vida: su único tesoro. Tomó entonces la bolsa y echó todo el carbón en la parrilla. Entró a la habitación y Juan parecía haberse dormido. Acomodó el brasero cerca de su hijo y se acostó. Casi había vuelto al llanto cuando de pronto Juancito la buscó en un abrazo gigante que le devolvió la vida. Un beso y un "te amo mamita" bien despacito le partió el alma. Su única flor en el desierto, su único rey de la miseria. Lo apretó fuerte contra su pecho y parecieron olvidarse de todo. Solo ellos y su amor recíproco. El candor del brasero silvante poco a poco calentó la pobreza de su cuarto, y ya ni siquiera recordaba que al día siguiente no había nada para comer ni dinero para seguir trabajando. Pero esa noche fueron felices y ya no tuvieron frío nunca más porque su abrazo fue eterno.  La brasa en la noche larga poco a poco consumió lo que quedaba de oxígeno del cuarto y la mañana los encontraría entonces inertes pero felices, teniendo todo lo que anhelaban en la vida y ahora también en el silencio de su muerte: el amor y el calor del otro.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Las penumbras que debemos pasar para saber que el dinero no nos va a salvar la vida.Sino el amor.

Rosana dijo...

Hola, aun hoy me dura la emocion de este escrito.
Quisiera saber si es de tu autoria o a quien pertenece.
Este post me ha despertado unas ganas urgentes de ayudar al Norte Argentino.
Gracias!

Rosana dijo...

Estoy linkeando tu post en mi blog, para poder expresar lo que siento.
Saludos

Delfina dijo...

Lleguè acà por Nauma, una mujer con un corazòn gigante que te hace seguirla sin dudar. Yo tambien quiero colaborar, ayudar al norte.

Vanina dijo...

También te visito porque descubrí el post en el blog de Nauma. Me tiemblan demasiado las manos para poder escribir lo que siento, pero ahora mirando a mis dos hijitos y tratando de que no me vean llorar, adhiero a las ganas de ayudar.
Un beso

Nicolás Gallardo o "gallito" dijo...

Gracias a todos por leer y emocionarse con el cuentito y especialmente a Nauma por su difusión. La verdad que no conozco una vía efectiva de ayudar pero prometo ver qué es lo que se pudiere hacer la próx vez que valla pal norte. Y si, los textos los escribo yo y si expongo a otro autor lo cito publicamente. Gracias otra vez