domingo, 21 de marzo de 2010

Trampa circular. Destino repetitivo. Futuro esférico. (Cuento. Colaboración: F. Nietzsche y traductor postmoderno.)

 El hombre padecía, como cualquiera, de desórdenes en su organismo a nivel capilar.

 (El güaso se estaba quedando pelado. Se le habían caído un par de tejas ya, en fin. Todavía no se lustraba la pelada, pero cerca estaba de tener la cabeza como calesita que se ha ido.)

 La condición antedicha lo privaba conciliar el sueño por varias veladas. Mejor, no era la calvicie lo que provocaba el insonmio, si no que la degradación del orden de su cuero cabelludo causaba una preocupación que le ocupaba las noches. Mejor, no pensaba este hombre en la pérdida paulatina de la capellis, que en realidad resultaría una cuestión de orden menor, de no ser que ésto acarrea (por lo menos en la mente de éste personaje) el desinterés en las mujeres.

 (Bueno, parece que el loco taba preocupao`. No podía torrar, ¿me entendé`? No le daban mucha bola las minas, y él pensaba que era por lo de las chapas caídas. Capaz era eso no más, capaz la cara de gil también ayudaba, no se sabe hasta ahora. Aguantá un cachito. ¿A ver?)

 El hombre había resuelto hace tiempo consultar a los profesionales pertinentes por su problema. La respuesta había sido peor que la incertidumbre. "_Es stress. Los folículos pilosos trabajan con deficiencia cuando existen frecuentes altibajos emocionales. Es un tipo de alopecia sin medicación. Sólo conviene tratar de relajarse._"

 (¡El doctor lo re cagó! Le dijo que era por los nervios, que tenía que andar más tranca. El médico no sabía un joraca parece. Bah, digo yo...)

 Relajarse. A la salida, retumbaba en su cabeza la indicación. Relajarse. ¿Cómo iba poder relajarse? ¿De qué manera, si el Tiempo trascurría inmisericorde, y sus sueños se desvanecían a cada instante? Si la figura de la mujer de su vida aparecía y volvía a desvanecerse en el pensamiento. Si el destino que quería para su vida, el orden que tanto anhelaba alcanzar como padre de familia, como esposo fiel y protector se alejaban en el torrente de su existir, y Ella, su única salvadora, no aparecía. El Tiempo seguía amenazando con proseguir, y en sus manos la negrura de ésos hilos evidenciaban el paso de Aquél maldito que, como sospechaba, no contuvo su velocidad. Es más, parecía que ésta se había acrecentado.

 (¿Y como mierda se iba a calmar el tipo si no tenía una mina hace rato? ¡Taba más solo que Hitler en el día del amigo! Taba desesperao` por una vaga y la peluca lo seguía abandonando...)

  Y comprendió entonces que su destino era pararse en su punto de partida sin fin. La desdicha de no tener una mujer al lado le intranquilizaba los estados del alma, angustiándolo. Sin cabello, su dama pasaría a su lado y no lo reconocería como tal. Su imagen no abriría las puertas necesarias. Y estas preocupaciones aceleraban ambos procesos. El del dolor, y el de la alopecia.

(¡Si taba pelao! Y encima tenía cara de gil. ¿Quién lo iba a querer? Todo el día preocupado en giladas, en vez de, que se yo, mejorar el chamuyo, por decir algo. Un boludo parece.)

Y así envileció y un buen día murió. En la soledad más ancha. En el constante padecer. Pero su problema no coincidía con su ausencia de cabellos. Él se sentía perdedor antes de cada cruce con una mujer. Ellas podían sentir en los intentos de cortejos  de él, su modo de ir a menos. Como diciendo, "_Si bien conozo que usted me va a rechazar, sólo oiga mis palabras desganadas como para poder dar cuenta después de que por lo menos lo he intentado_" Pero aquello no contaba como intentos. Porque no existía en su mente la mera posibilidad de una gratificación.

(El vago se murió solo. Sin que nadie le diera la hora. Habia sido un gil toda su vida pa` encarar porque pensaba que nadie lo querría por cabeza e` rodilla. "_No vas a querer conmigo, ¿que no?_" parecía decir siempre. ¿Vieron que era un gil el pelao`? ¡Yo tenía razón!)

 Y alguien, cruzando la calle, también había muerto con el tiempo en silencio. Una vecina simpática y amable que, en secreto lo amaba con pasión. Que estaba encandilada con la frescura de su mirada, pero nunca había comentado su cariño, porque lo diminuto de su busto la había hecho callar siempre. Aquél hombre nunca había sido amante de los escotes generosos. Aquella mujer gustaba de los hombres con aspecto maduro. Podrían haber escrito una apasionada novela de amor con final feliz, pero no se lo permitieron por la adhesión a los cánnonnes que la sociedad supo trasmitir. 
 Bienaventurados quienes aún jugando en desventaja, olvidan que pueden perder, y logran dar una imagen de campeones, porque sólo por ésto, ya lo serán.

 (¡No, que cagada! ¡La minita del frente taba con él! Pero nunca se mostró porque era medio tablita. Una lástima porque a él no le interesaban tanto las sospechosas. ¡Un embole este cuento!)

2 comentarios:

Sil dijo...

Muy bueno!! Que bueno que volvio la inspiración ja. Espero que sigas asi.Saludos

romina dijo...

una gran enseñanza para nuestros complejos que supuestamente no nos dejan vivir