domingo, 9 de enero de 2011

Resimbolizar objetos.

 Me voy a tomar la licencia de escribir algo personal en este blog: una misiva a un amigo.

 Dudé si hacerlo al principio, pero me decidió pensar que no debería sacralizar tanto este espacio, sobre todo sabiendo que no lo lee casi nadie.

 Bueno ahí va.

        Cumpila:
                       Para no enfrentarme con el riesgo de que este menester sea fácilmente tildado de una `mariconada´, expongo la razón principal que me lleva no sólo a hacerte un obsequio, sino a todavía agragarle una carta:
                   
                     Una vez un amigo en común nuestro, me explicó el poder de la palabra. Yo le pregunté hace unos años que le había a regalado a su vieja en el Día de la Madre, y me contó con descaro (el descaro que lo caracteriza, si bien se mira) que le regaló una flor. _¿Una flor no más?_  indagué con cara de desprecio. _Bueno, una flor no, pelotudo; la desperté con el desayuno en la cama, le puse la flor en la bandeja y le leí palabras alusivas a la fecha..._

                   Fué entonces que descubrí dos cosas: 1) Una interesante manera de abaratar los regalos sin culpa y 2)En darle un sentido al regalo que hacemos, a simbolizarlo de alguna manera, elevando su valor, significándolo.

                 Te cuento una historia que algunas partes le sabés. Una noche en la que, oh sorpresa, nos fuimos de jarana con usted y otros atorrantes, sucedió que conocí una mujer que en 30 minutos me cautivó como nadie pudo.

               Ella era de Bs As y se volvía muy pronto. Yo quería volver a verla. De hecho, fijamos una fecha para nuestro reencuentro.

               En esa época estaba la Feria de los Artesanos en la Plaza Belgrano. Yo quise comprarle algo, aún conociéndola así de poco, y vi un cenicero bastante fachero para mi gusto, que decía "recuerdo de Jujuy." Lo compré.


             Cuando nos vimos esa tarde, yo le pregunté, muy al pasar, con disimulo, si fumaba. Me dijo que no, y me guardé en silencio el regalo que nunca le dí.

            Sinceramente, pasó mucho tiempo desde que la conocí, y no la puedo olvidar. Porque parecíamos perfectos uno para el otro y porque era hermosa; pero ella después ya nunca pudo volver. Quizá ella ya me olvidó pero yo aún la recuerdo. Y más, cuando allá en un costado del cajón de la mesita de luz, lo veo al cenicero que me recuerda que no todo sale como queremos; que los amores perfectos son imposibles, que seremos olvidados y viviremos de recuerdos de otros tiempos. Que somos sombras y arena.

           Por eso hoy quiero dártelo. Para que deje de representar algo malo para mí y sea algo bueno para vos. Porque calculo (no fumo y lo sabés) que cuando uno se fuma un pucho es como tomar un mate estando sólo. Es un encuentro con uno mismo en el silencio. Y allí afloran quienes somos y los recuerdos de quienes fuimos. Y quienes nos llevaron a ser quienes somos.

          Y ojalá, no ahora, pero dentro de un tiempo, aunque sea una vez, cuando te fumes un puchito, te acuerdes de Gallito. Por lo pesado que era con el folclore; por lo salidores que fuimos, por las boludeces, o aunque sea por el silencio. O por las ausencias. Por los mates y por los vinos. Por las aventuras y por el llanto. Por tus sueños y mis anhelos. Por la esperanza y las cagadas. Por lo que fuere, te traiga una sonrisa.


        Y porque yo no pensé que iba a tener un amigo con tus ideologías, o siquiera que fumara. Pero, oh sorpresa, no elegimos a los amigos. Los amigos quedan por casualidad, porque los trae (y se los lleva) el viento. Y es maravilloso. 

       Y aunque falte un paquete para que me mude, la ausencia será larga, así que tengo que empezar a despedirme por algún lado. 

      El abrazo va en silencio.

   Gallito.               

1 comentario:

Anónimo dijo...

LO MEJOR ES NO DESPEDIRSE, LAS DESPEDIDAS SON SIEMPRE TRISTES Y EL TIEMPO PASA VOLANDO, CUANDO MENOS TE DES CUENTA VAS A ESTAR DE NUEVO" JODIENDO A LOS VECINOS CON TU FOLCLORE".....