Quizá pueda entender todo lo que me digas y una vez mas deba adiestrarme en el proceso sedante del olvido y de renuncia de las ilusiones que querían empezar a arder como fuego dorado que crepita por el sólo gusto de hacer escuchar su canto. Incluso capaz eso ya nome quite el sueño.
Los vasos apurados de vino negro y espeso y los acordes de canciones en la noche cálida han vuelto revelador el epicentro de mis sentires:
¿Qué importa si la distancia y el tiempo separen mis armónicos deseos de la realidad? ¿Qué importa si la madurez que te otorgaron los años han resuelto veraz esas palabras que a un tiempo quieren hechar hielo sobre el ardor de mi querer que reclama salir a buscarte? ¿Qué interesa si la vida ahora te muestra lejana, limpiándote las manos luego de haber enterrado a esa criatura inocente que conocí ayer? Eso no importa! Jamás me interesó encontrar culpables.
Pero lo que si entendí es que pocas veces el hombre se decide a existir ayuno de sus egoísmos y vivir en pos de una entrega, sin nada a cambio. El sacrificio de dar con la alegría de saber que lo hace sólo porque un alma lo ha conmovido.
Sentir. Dejar llevar nuestra ánima por los recorridos del corazón aclara cualquier ansiedad de nuestros adentros.
Han habido pocas personas que me han ayudado a ver el monte detrás del árbol. A veces lo medular es tan sencillo que se disipa en complejidades que nos deshumaniza. Lo que quiero decir es esto: cuando el corazón de un verdadero hombre es cautivado como lo necesitaba desde hace tiempo eso esclarece qué es lo quiere para su vida. Un hombre que ve la vida reflejada en los ojos de la mujer que sostiene su alma de un hilo sin darse cuenta en un momento cualquiera, entre tanto temor e inseguridad sabe de ahí en mas, redescubre, qué clase de hombre quiere ser. Éso sólo. Y eso sólo vale todo lo sentido.
Tantas cosas quisiera derramar sobre tu vida con el único anhelo de ver caer las murallas de madurez que la vida construyó para guarecer la inocencia y la pureza de la entrega por amor que tu corazón conserva. El tiempo se me escapa como arena entre los dedos y el deseo siempre vivo de permanecer en un momento perfecto empuja por hacerse posible. No se puede; lo sé. No me importa.
Qué es lo que importa en realidad? Pues esto. Tomarse el momento de dejar caer del árbol del corazón una a una las hojas maduras que son las palabras que dibujen un sentir: gracias. Gracias por revivir quizá por un instante el liderazgo de mi corazón ante todo mi ser. Por conmover mi sensibilidad y darle protagonismo a mi alma y dejar al pensamiento siempre incierto, discordante e inseguro en el banco de suplentes y así, paradójicamente, entender muchas más cosas. Redefinir mi camino y saber qué clase de hombre quiero ser: el hombre que viva con alegría y buenas intenciones y algún día merezca una mujer como vos. Sólo eso ya me hace tratar de ser una mejor persona. Gracias por romper el escudo de quién tiene todo controlado y al verte hacerme balbucear y olvidar las palabras con que a veces mentí con tanta facilidad en otros tiempos. Gracias por dejarme indefenso. Gracias por quitarle la fuerza a mis piernas y sentir mis rodillas caer sólo con sentirte cerca.
Me encanta eso. Debe ser que quizá a mi mismo me molesta ser tan atoradito de tener siempre todo calculado y me caigo mal cuándo soy el que está tan preparado para todo lo que pueda pasar que me gusta mucho cuando pierdo el control de los caballos y las riendas las sostiene mi corazón. Ahí recién es como que me dan ganas de salir a agradecer a quiénes he olvidado, de demostrar amor a quiénes se los debo, de retribuir a quiénes me han ayudado a ser mejor día a día. Son cosas tan importantes que uno deja para después; pero si tiene suerte, llega alguien que le moviliza el alma y con una patada certera en corazón lo devuelve con humildad a todo lo sencillo, lo verdadero y lo bueno.
"Quizá mañana el viento de mis manos
lleve hasta tus manos la ofrenda prometida.
Tal vez la guardes, como yo a tu sombra;
tal vez la quieras, por humilde y por tibia."
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